A la periodista Rosa Montero se le salió la cadena cuando vio al pueblo argentino en las calles tras el fallecimiento de Néstor Kirchner. Y escribió en el diario español El País una catarata de pavadas reaccionarias. Sin embargo, un compañero de La Tendencia la puso en vereda. Compartimos el artículo de la escriba y la respuesta de nuestro amigo kirchnerista.
Dolor
Por Rosa Montero
Estoy en Argentina, país que amo, en plena resaca mortuoria por Kirchner. Desconfío de las multitudes emborrachadas de sentimientos y me asustan esos paroxismos colectivos que hacen que tu criterio individual desaparezca sumergido en la masa. Diversos experimentos científicos han demostrado que el ser humano prescinde con temible facilidad de su responsabilidad moral si se siente amparado por la muchedumbre. De hecho, ese es el principio que desencadena los linchamientos. Además, la horda enardecida y unánime posee un atractivo venenoso al que nadie es inmune; por ejemplo, los grandiosos desfiles del nazismo eran de una belleza contagiosa, como demostró la cineasta Leni Riefenstahl. Quiero decir que, de primeras, la marea necrófila que vive Argentina me resultó inquietante.
Y, sin embargo... recuerdo otro pantano emocional parecido, la muerte de Lady Di. Y recuerdo lo que me dijo al respecto la premio Nobel Doris Lessing: "Sí, al principio la exagerada respuesta popular me resultó falsa y desagradable, hasta que me di cuenta de que en realidad todo el mundo está muy necesitado de llorar". Cierto: nuestra sociedad vive de espaldas a la muerte y hemos perdido para siempre los viejos ritos sociales funerarios. En 1987 cubrí como periodista el naufragio de un pesquero gaditano: de sus 12 tripulantes fallecieron 10. La llegada de los cadáveres al pequeño pueblo del que procedían me dejó boquiabierta: todos los vecinos en la calle, sollozos, alaridos, abrazos, plañideras, mujeres repartiendo tazones de caldo con humeantes ollas. Todo tan excesivo pero también, seguramente, tan consolador: fue una muestra última de los antiguos duelos.
Hoy, en cambio, ya no sabemos compartir nuestras penas. Por eso necesitamos una excusa ajena con la que poder llorar en común el dolor propio.
La respuesta del compañero José Leandro Josipovich no se hizo esperar.
Señora, acabo de leer su artículo publicado en “El País” (“Dolor”), el segundo, creo, que le dedica a la Argentina en pocas semanas. Recuerdo el anterior, donde plasma una instantánea a la fecha sobre la Policía Argentina, haciendo gala de un desconocimiento supino del problema en sí. Escribir sin trabajo previo de documentación siempre es riesgoso.
En éste último dice amar al país. Puede ser. Lo que es seguro es que no lo entiende.
Desconfía Usted de las “multitudes emborrachadas de sentimiento” y le asustan “esos paroxismos colectivos que hacen que tu criterio individual desaparezca sumergido en la masa”. Esto se explica con muy pocas palabras: Usted no es una escritora popular. Esto sea dicho en el buen sentido ideológico del término. No me refiero a libros vendidos, que también los vendió Corín Tellado. Claro, ella al menos no se arrogaba el derecho de juzgar el comportamiento de un pueblo.
El criterio individual no desaparece, se conjuga con el de tantos millones para conformar lo que por estos lares llamamos ser nacional. La 2ª República Española dio al mundo un hermoso ejemplo de ello (soy nieto del exilio). Pero del 75 en adelante, ni noticias. Solamente negociados, “pactos de la Moncloa” y corruptelas diversas para que el fascismo quede impune. Total, destapamos fosas comunes 50 años después, pero de Justicia, nada. Si Garzón intenta investigar, que vaya preso. El caso es no tocar a los de siempre. Coincidirá en que esta no es la mejor base moral para construir una sociedad democrática.
Esta es una de las razones por las cuales nuestro ex presidente Kirchner fue y es llorado y recordado por su pueblo. Desactivó las triquiñuelas de la derecha para escapar con la suya y devolvió a los genocidas al lugar donde deben estar: la cárcel.
Pero no fue sólo eso. También lo sacó del pozo económico a donde lo habían conducido los ideólogos aliados de los asesinos de la dictadura. Hoy día tenemos mucho menos de la mitad de la relación deuda/PBI de España, y un tercio de los parados. Falta mucho, lo admito, pero estamos firmes en el camino.
En este país no hay partidos de oposición que se puedan llamar como tales. ¿Por qué? Porque las propuestas de todos ellos, neoliberales, ardieron en las llamas del 2001, hundidos por un pueblo cansado de las miserias a que fue sometido.
La oposición son los medios de comunicación oligopólicos. Esos donde Usted escribe. Botón de muestra: vino Usted esta vez al país a ser jurado de un concurso literario organizado por el diario “Clarín”, cuyo imperio mediático tuvo origen en contubernios con la dictadura y cuya dueña está fuertemente sospechada de ser apropiadora de niños secuestrados por el Terrorismo de Estado.
La comparación con las masas que muestra Leni Reifenstahl me parece, no puedo negarlo, una canallada. Un buen trabajo de respaldo a su artículo podría haber sido detectar cuántos campos de concentración tiene la democracia Argentina, cuántos presos políticos, cuántos asesinados, cuántos torturados, cuántos discriminados siquiera. Si encuentra alguno, ahí sí podremos discutir. Por el momento, miente.
Señora, algo es seguro. Con su miedo a las masas, Usted no hubiese sido una miliciana en el ´36, tampoco una “sans culotte” en la Revolución Francesa. Más bien la veo como una burguesita que espera que los beneficios que se ganaron las otras le sean echados por debajo de la puerta. Si Dios quiere.
Su contrapartida del entierro de Diana me parece risible. Que Corín Tellado la perdone.
Consejo: trate de entender a otros pueblos antes de escribir sobre ellos. Y lea a Almudena Grandes. Ella le puede dar un par de consejos.
No la saludo.
José Leandro Josipovich