La trama de la represión policial y las patotas asesinas de Villa Soldati revela y oculta, simultánea y siniestramente, el drama de los militantes sociales desde la última dictadura. La lucha por la vivienda digna descubre a compañeros y compañeras que convierten un baldío en trinchera pero, a su vez, demuestra que el déficit en la construcción de organización popular perpetuó en lugares de decisión o incidencia barrial a vecinos que se acostumbraron a pastorear a la sombra del poder, alimentando el recelo y la desconfianza de los indiferentes.
En la agenda mediática sólo se recorta el abordaje de la noticia en torno de las familias sin techo que ocupan los terrenos del Parque Indoamericano y el choque con los que poseen una casa y rechazan el reclamo de los que no la tienen. Al tiempo que cuentan cadáveres como si fueran monedas, los periodistas reducen los márgenes de acción política de las autoridades locales y nacionales al mero monopolio de la fuerza pública para desalojar el espacio verde. Y asimismo, se empeñan en tender sobre asépticos jergones a los representantes que conducen la toma para despanzurrarlos, mientras escamotean o edulcoran la verba fascista del jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, para no yugular las aspiraciones presidenciales de un referente de su clase.
Entonces, la derecha se golpea el pecho y repite recetas fugaces e inexactas. Como tras el tiroteo de la pizzería La Real de Avellaneda en 1968 o la Masacre del Puente Pueyrredón en 2002, la primera versión que esbozaron los uniformados y el líder del Pro fue la clásica hipótesis de que las víctimas se habían matado entre ellas el pasado martes.
Pero no se puede tapar el sol con las manos. Porque al calor de las fogatas, ancianos, hombres, mujeres y niños no sólo se abrigan de las acechanzas de quienes los quieren sacar a patadas y balazos sino también de los que quieren desnudarlos para contarles las costillas.
Y es que para los diarios y sus auspiciantes, la gente que acampa en Soldati no tiene historia sino prontuario, diría el escritor desaparecido Rodolfo Walsh. “No los conocen los escritores ni los poetas; la justicia y el honor que se les debe no cabe en estas líneas; algún día sin embargo resplandecerá la hermosura de sus hechos, y la de tantos otros, ignorados, perseguidos y rebeldes hasta el fin”, escribió en ¿Quién mató a Rosendo?
La misma operación ideológica pesa, por estas horas, sobre la espalda del compañero Alejandro “Pitu” Salvatierra, uno de los delegados de la Villa 15 en Ciudad Oculta con activa participación en la toma. Como si su trayectoria pudiera ser reemplazada por una sentencia o su vida cupiera en una condena que ya pagó, un grupo de envenenadores de conciencias del gremio periodístico lo ataca por ser kirchnerista y militar en nuestra agrupación política, bajo la conducción del legislador Francisco “Tito” Nenna.
No termina, en definitiva, de comprenderse si lo que fastidia a Clarín, Perfil o Urgente 24 es que una persona que purgó en la cárcel un delito pelee por sus derechos al salir o si lo que irrita a los editores de esos medios y los que reprodujeron su contenido por otros soportes es que Salvatierra sea kirchnerista. Quizá consideren que Nenna debería expulsarlo de su corriente política por haber estado preso o tal vez pretenden que el dirigente de la CTA resulte socialmente condenado por compartir un espacio de militancia con un hombre que estuvo tras las rejas, salió, consiguió trabajo y formó su familia.
La catarata de basura informativa que esos mismos medios de comunicación propalaron para salvarle los calzones a Macri no empaña ni diluye el orgullo de “Pitu” y los militantes de La Tendencia Nacional y Popular por poner el hombro junto a Tito para profundizar el proyecto que hoy encabeza la presidenta Cristina Fernández. Y los ríos de tinta que escupen los canallas resbalan sobre la convicción de que el problema de Soldati no es que Salvatierra estuvo preso o milite en una agrupación kirchnerista sino que la administración de Macri no construye viviendas y apuesta a los desalojos para barrer a los pobres bajo la alfombra.